Reseña del interesante y ameno viaje que un grupo de altos jefes de la marina de Ensenada, al mando del Almirante don Víctor Angulo, hicieron a bordo del “Chito”, unidad naval correspondiente a mi general Rodríguez, a través de la Costa Occidental de la Baja California, bañada por el Océano Pacifico, del día 2 de julio al 15 de agosto de 1939.
El día 2 de julio del año de gracia de 1939, fue precedido por otros días de regocijo, de entusiasmo, de gusto para algunos, de temores, de angustias y sobresaltos para otros.
Los primeros, como muchachos de veinte años, como criaturas que van a recibirán premio, se preparan para algo extraordinariamente agradable: noches de vigilia pensando en el viaje; compras de artículos que se consideraban estrictamente necesarios para la travesía: equipos, uniformes, etc., etc.
Los segundos pensando en las torturas del mareo y preparándose, algunos con laxantes previos, otros con regimenes de sabia alimentación, y por ultimo, los que quedan, resolviéndose a las molestias del aceite de ricino; pero todos los de este grupo con el mismo fin: llevar el estomago limpito, limpito, para hacer menos probable la bendita mareada. Algunos hubo que dentro de su equipaje llevaban una cajita de metal y muy oculta al fondo de la petaca mas chica el “Mothers’s Ill”, que hay quien asegura sirve para contrarrestar toda clase de mareos, exceptuando el de la alegría de vivir, que es el alcohol.
Se llega el bendito día, y todos, obedientes a la voz del Capitán Angulo, estuvimos arrimados al Muelle de Salazar, con todo y chivas, al filo de las siete y media de la noche.
Aquí tuvimos el primer incidente, pero insignificante por si mismo y también por el entusiasmo que todos teníamos dentro del cuerpo.
Aquellos de nosotros, desconocedores de las reglas impuestas por el señor Vista Aduanal del Puerto de Ensenada, no tuvimos la precaución de enviar nuestros equipajes por delante y antes de las cinco de la tarde, a fin de que fueran inspeccionados por la Aduana; y no tuvimos esa precaución porque creíamos improcedente, por ilógico, el que tuviéramos que revisar equipajes que salen de un puerto dentro de los perímetros libres de la Baja California, para otro puerto de los mismos perímetros libres.
En fin, nuestra pelota por el viaje lo dispensaba todo, hasta si una mordida nos han pedido, una mordida hubiéramos pagado; pero de ninguna manera dejaríamos de salvar, no estos pequeños obstáculos sino mayores si los hubiera.
Fuimos las victimas el Chapito Barbachano y el que esta crónica escribe, de nuestros ínclitos aduaneros, pero afortunadamente, la imponente figura de nuestro Capitán en jefe, General Rodríguez, con su presencia, vino a resolver el problema y los señores aduaneros agacharon la cerviz y …… nos dejaron pasar sin revisión ¡Ole por su gracia!
Ya estamos a bordo, con ordenes cumplidas de haber cenado anticipadamente ….. nuestro Almirante Angulo distribuye camarotes. En el de popa se instalan mis Generales Abelardo Rodríguez y Agustín Olachea; en el del centro el Chapito Barbachano (Viejito Millonario); el Xocoyote de la expedición, Lic. Alfonso García González; el único hombre honorable de la cofradía, según Ferreira, Lic. Antonio Murua Martínez; el telegrafista de a bordo “Calling C. Q.”, perdón me equivoque, quise decir Vicente Ferreira y este pobre cronista, Miguel Basurto. En el camarote de proa, nuestro Almirante don Víctor Angulo, dos simpáticas marinerotas que “nos” conseguimos, y el insubstituible “maistro” cocinero, que con un amor casi de madre nos atendió durante toda la travesía. En el comedor, Grande y Fernandino.
Empieza la maquina a trepidar; el barco se estremece; gira el molinete; suenan las cadenas del ancla; se iza esta, y por fin, nuestro barco toma rumbo y enfila su proa entre Punta Banda e Isla de Todos Santos, y raudos caminamos a razón de ocho millas por hora.
En la rueda del timón tenemos a nuestro jefe Abelardo, con esa sin par sonrisa que cautiva voluntades. Al igual que nosotros, alegre también, contenlo y dispuesto a pasar un tiempo no tan agradable como el que tuvimos.
Atrás dejamos la Ciudad y Puerto de Ensenada con sus débiles luces, debido a la escasez de voltaje de su corriente eléctrica. Cada vez mas juntitas; cada vez un conjunto mas pequeño de ellas; cada vez mas en penumbra; cada vez mas lejos ….. Y por fin, la perdemos de vista.
Ya todo es oscuridad: a la derecha, la inmensidad del océano, a la izquierda, una prolongada e informe sombra que denota la costa.
Se nos empiezan a dictar obligaciones, y con toda cortesía, atención y quizás miedo, el Almirante Angulo nos invita a leer el cartel fijado en un tablero del comedor, que a la letra decía:
M.N. C H I T O
SERVICIO DE ABORDO
Servicios____________Nombres___________________
| Capitán | Gral. Abelardo L Rodríguez |
| Piloto | Víctor Angulo |
| Timonel | Gral. Agustín Olachea Aviles |
| Timonel | Basurto M. |
| Timonel | Sr. Ferreira |
C O C I N A
| Ayudante | Luís Grandi |
| Mesero | Fernando Rodríguez |
| Mesero | Manuel Barbachano |
C A N T I N A
| Servicio fichas, Barajas, etc. | Lic. Alfonso García González |
DEPTO. DE PESCA
Lic. Antonio Murua Martínez
CONTADURIA GRAL.
M. Basurto
Disposiciones:
Cada quien esta obligado a arreglar su cama diariamente, viendo que el barco, en ningún momento de el aspecto de SUCIO o de alguna nave propia de piratas.
Puerto de Ensenada, Baja California
Agosto de 1939
Han quedado, pues, distribuidas las obligaciones, y paso desde luego a relevar a mi General Rodríguez en la ruedita del timón. Y así pasa el tiempo hasta el final de mi turno ….. diez de la noche ….. cambio ….. sueño ….. dormir ….. y buenas noches.
Perspectivas Felices
A la mañana siguiente todos están listos, despabilados, bien despiertitos. ¡Nadie se ha mareado!
Después de hermosearnos como para día de exámenes, subimos al comedor. ¡Que desayuno Dios mío! ¿Si, si señor, era el desayuno, no era el hambre que tenían estos gandulotes! Un desayuno como nunca habíamos tomado. Una tacita de te o café caliente para abrir boca, un medio melón o jugo de fruta, según el gusto; una torta de huevos con jamón, frijolitos refritos, pan hecho a bordo, exquisito, café con leche, agua ….. ¿Qué más queréis, glotones? Los meseros titulares del día, Fernandino Rodríguez y el Chapito Barbachano, estuvieron a la altura de su deber, nos atendieron admirablemente y no nos cobraron propina.
Paso el tiempo y todos contentos. Pasaron los días y todos comiendo, durmiendo y holgando. Se jugo baraja, se jugo domino, y en medio de esta camaradería y este entusiasmo vino la parte mas útil de todo: ¡ NOS ILUSTRAMOS ¡ Los viajes ilustran.
¡Señor, señor, que cosas aprendí yo en este viaje! ¡Como quedo quebrantada mi inocencia!
Que pierdo en el poker, que pierdo en el domino, que mi compañero so sabe hacer una jugada, que el rival me adivina un petate. ¡Ohhhh …. Diocani! ¡Per la Madona Putona Chifilitica …..!
Luís Grandi demostró ser ídem con su enseñanza, Di cuanto te debo Padrecito por lo mucho que me has enseñado, y que discípulo tan aventajado sacaste de este pobrecito.
Llegada a Isla de Cedros
Son las 4:45 de la mañana. Madrugada extrema. Pero el arribo y fondeo frente a la Empacadora de Cedros agarro a todos ya en pie y en cubierta para admirar ese amanecer del Pacifico.
Nuestro niño (García González), siempre gracioso, despojándose de su ropa y juntando las manos como quien suplica al cielo, se lanza a espacio –digo al agua- desde cubierta (un metro dieciocho centímetros de distancia entre la cubierta y la superficie del agua ….. ¡Gran altura! ¿Verdad?) Y por espacio de varios minutos nos da el espectáculo de su destreza en el líquido elemento de los dominios del dios Neptuno.
¡Oh juventud inquieta e imprudente que te lanzas en busca de peligros por el simple gusto de saborear lo desconocido!
En este mismo sitio, a nuestro regreso, volvimos a fondear, y entonces, trayendo el barco en acción sus piolas con curricanes, mordieron los anzuelos dos grandes y preciosos escualos que según unos, median de cuatro a veinte metros de longitud, y según otros, de cuatro a veinte pies, pero de todas maneras, al que esto escribe le consta que tenían magnificas sierras, no solamente para trozar, sino para triturar hasta el hueso mas duro de nuestro querido xocoyote.
Ya una ves listos para dirigirnos a tierra, se hizo un recuento de los expedicionarios y ¡Oh dolor! Nos faltaba uno: nada menos que nuestro viejito millonario, el Chapito Barbachano.
Como ya iban a ser las siete de la mañana, lo cual significa ser muy tarde en este tiempo, y sobre las aguas del Océano Pacifico, entro en nuestros pechos la zozobra, los temores de que algo muy grave, muy malo le hubiera pasado a nuestro amigo ….. ¡Si se habría mareado!
El xocoyote yo nos lanzamos en su busca, descendimos escaleras y llegamos a nuestro camarote. Buscamos por todos lados, y hasta que por fin oímos una exclamación, y otra, y otra, y otra, que salían del gabinete. Abrimos la puerta y ¡Oh alegría! Allí estaba. ¡Pero en que estado, Dios mío! Pretendiendo atinarse bien a su barba con la maquina de rasurar, pero el balanceo el barco se lo impedía, y por cada movimiento exclamaba ¡Chingao ….!
Por fin le ayudamos a terminar. E invitándole a ir con nosotros, nos lo llevamos, no sin antes ayudarle a ponerse su magnifico saco cruzado de tela tropical, y su imponente gorro que entre oros y entorchados ostentaba la insignia del barco. Y con el pasamos al pango que nos llevo hasta el muelle, para reunirnos con los otros camaradas comodoros.
Visitamos todas las dependencias de la Empacadora: salones de maquinas, de calderas, almacenes y, afuera, toma de agua. En estos momentos no había pescado y, por lo tanto, estaban los trabajos en descanso. Recorrimos el pueblito. Las familias, ya de pie, salían a sus puertas para saludarnos con una discreta y a la vez curiosa sonrisita.
Todos los habitantes de Cedros revelan en sus caras satisfacción, contento, quizás hasta alegría. ¿Y como no? Si tienen asegurada la pitanza además de una participación de las utilidades, y lo que es más todavía, consideraciones del jefe.
Al recorrer los salones, al recorrer las calles del pueblito, con amistosa confianza se acercan a nosotros y le dan la mano al Jefe, el General Rodríguez, quien fuera en otros tiempos jefe de toda la nación. ¡Cuadro hermoso y elocuente, que pone de manifiesto la asociación estrecha e imperecedera del poder del prestigio con el poder de la humildad!
Pesca en Natividad
A las 9:30 zarpamos y después de una mañana como las anteriores, llena de gozo y contento para todos nosotros, y alegrías y distracciones también llegamos a Natividad, en donde fondeamos para comer. Allí, nuestro querido director de pesca, Lic. Murua, puso en juego su habilidad y atribuciones, colocándonos a cada uno de nosotros en la mano, ya sea una caña con su correspondiente plomada y anzuelo, o una cuerda con su curricán al extremo opuesto, y empezó la pesca. Peces de mil especies mordían las trampas. Algunos de ellos grandes, pesados y rebeldes a su destino ….. Trabajos de nosotros para izarlos a cubierta, cuidados temores por una mordida final, en los estertores de los animalitos.
A lo lejos, un concierto de mil tonos, proveniente de millares de lobos marinos que con sus guturales ruidos nos daban la bienvenida y nos hacían los honores durante nuestra estadía.
Algunos de ellos, curiosos, se destacaban de la camada y venían hasta nosotros para enterarse de nuestras intenciones, quizás, o por lo menos ver de qué se trataba. Graciosos en sus cabriolas, preciosos en sus machincuepas, confiados en su camino que los acercaba a nosotros. Nos divertían.
Nuestro ínclito radiotelefonista “Calling C. Q.”, enchufa su transmisora para enviar al mundo entero esas notas del concierto que las marinas bestias nos dedicaban. Hasta la fecha todavía no hemos tenido reporte de los lejanos radio-escuchas que tuvieron la suerte de captar las ondas que les llevaban la trasmisión de nuestro lobino concierto.
Y nuevamente levamos anclas, y a caminar. Poco a poco se suspenden las actividades de pesca, y se van tomando las distintas mesas de entretenimientos ….. quien forma cuarto para el domino ….. quien se adhiere a la manita de poker ….. pero todos contentos, felices: en una palabra, hechos jovencitos de diecisiete años.
Se sena, se duerme, se amanece, se desayuna, y al día siguiente seguimos caminando.
Baño de Fernandino
Llegamos a la Bahía de Tortugas ya entrada la tarde. Allí ordena nuestro General que fondeemos. Para sus maquinas el barco, su sirena llama al pango, y nos disponemos a dirigirnos a tierra. Primero la mitad de los expedicionarios y después la otra mitad, porque el pango es pequeño y no cabemos todos. A mi me toca hacer el viaje con la segunda mitad. Es compañero mío nuestro querido Fernandito Rodríguez, quien en el asiento de enfrente va en animada plática con nuestro xocoyote. Hablan del baño.
-Yo me hubiera bañado en Cedros con agua dulce- dice Fernandito.
-Pues es más agradable el agua salada. Tonifica el cuerpo, aunque lo pique un poquito; disipa las penas alegra el alma- contesta García González.
-Pues no me convences, yo quiero bañarme con agua dulce y esto será hasta pasado mañana- Vuelve a decir Fernandito.
Y se corta el dialogo porque hemos llegado al pie del muelle. Suben Barbachano, Murua Martínez y Alfonso. Le toca su turno a Fernandito, quedando en el pango solamente el remero y yo.
Agarrase Fernandito a la escala, pone el pie en uno de los peldaños pero ¡Oh tragedia! Ese peldaño que fuera de acero se encuentra completamente podrido por la acción de las sales marinas y el tiempo. Pierde el equilibrio y derechito y de cabeza se precipita en el abismo. Agarralo de una pantorrilla el remero, única parte de su cuerpo que quedaba afuera del agua. Intenta izarlo, lo levanta, lo logra y agarrase Fernandito de la borda. El débil pango se balancea, se inclina al lado donde están el remero y Fernandito, y yo, en el otro lado haciendo esfuerzos inauditos para que mi peso se duplicara por lo menos, y poder equilibrar la frágil navecilla, y estando a punto de zozobrar, logra el remero asirse a uno de los pilotes que sostienen el muelle.
Fernandito no quiere continuar la excursión a tierra, y prefiere volverse al barco. Me encaramo en la escala y el pango parte con rumbo al “Chito” llevándose a nuestro húmedo, o más bien, mojado compañero: aquel que deseaba tomar un baño hasta el pasado mañana de aquel día, y el destino quiso que se apresuraran sus deseos.
La Empacadora de Tortugas
Nuestro, hasta entonces, no interrumpido disfrute de la vida tuvo un paréntesis. A la vista, no ya de las ruinas de lo que fuera la Empacadora, sino de los restos de los trabajadores que aun quedaban en la Bahía, vino a cambiar nuestro humor por otro lleno de tristezas y de congoja.
A un lado, salones de lamina guardando maquinarias que desde hace mucho tiempo han dejado de trabajar, ya oxidadas y carcomidas. Al otro lado, lo que fuera del pueblito, unas cuantas casitas todavía habitadas por gente hambrienta, en harapos, que los inhumanos extranjeros empresarios han abandonado a su suerte.
Ellos, los habitantes, cuentan al General Rodríguez la historia de sus cuitas. El General Rodríguez se interesa por su suerte; y junto con sus colaboradores estudia la forma de ayudar a esta gente. A esta gente que ni siquiera tiene agua para beber, porque no existe agua dulce en esta parte del litoral. Tienen que suplir sus necesidades mediante la evaporación del agua de mar.
El General les da auxilio en efectivo, y al regresar los expedicionarios a bordo, ordena que nuestro economato les entregue provisiones, y lo que va a ser más precioso para ellos, un tonel de agua dulce.
Fondeados en la Bahía pasamos la noche, y muy de madrugada zarpamos para continuar nuestro derrotero. A Bahía Magdalena la pasamos de largo ….. Isla Margarita …..
Hay un ladrón abordo
El Chapito Barbachano sigue siendo el más flojo de la cofradía, pues mientras que todos nosotros nos levantamos con la luz del día, el espera que llegue su tiempo, ese tiempo que allá en tierra firme, en su casita de Rosarito Beach se ha fijado ocho de la mañana para abrir los ojos; minutos después para recibir el desayuno en la tibia camita entre chiqueos y mimos de la adorable mujercita. Después …..a hermosearse, ponerse guapo para pensar en dar principio a las actividades del día.
Y a todos en el comedor nos sorprende la repentina aparición de nuestro querido amigo, que todo desencajado, tremebundo, expone a la primera autoridad del barco su formal y airada queja de habérsele extraviado su reloj pulsera, un reloj que entre las muchas cualidades que tenia, era haberle costado Dls. $1.38
Se ordenan investigaciones ….. se montan vigilancias ….. se susurran sospechas ….. que por unanimidad señalan como responsable ¡Oh decepción! A nuestro chamaco: el inexperto, el irreflexivo chamaco García González.
Y todas las miradas converjan en el ….. y los compañeros y amigos se le apartan por centímetros ….. por pasos…. Por metros. Continúan las investigaciones. El Lic. Murua Martínez multiplica su actividad para encontrar al delincuente. Baja Barbachano nuevamente a su camarote y ¡Oh alegría! Encuentra el cuerpo del delito dentro de la funda de su almohada. ¿Fue el ladrón el que sintiéndose descubierto discurrió poner la prenda en ese sitio?
Llegada a Cabo San Lucas
El Lunes siete por la mañana avistamos los monolitos que marcan la extremidad sur de la Península de Baja California. Todos curiosos, todos atentos estamos en cubierta ….. bordeamos, y por fin, hicimos nuestro arribo frente al muelle de la Empacadora del Cabo de San Lucas, que es también dependencia de la negociación pesquera de nuestro jefe y amigo.
Allí, al estar en tierra y como propiamente se había convenido, los expedicionarios nos dividimos en dos cuerpos: uno de cinco plazas del que formaba yo parte, que debería avanzar por tierra hasta La Paz; y otro con el resto de los expedicionarios, que regresaría por mar a Todos Santos.
El primero de esos cuerpos salio del Cabo de San Lucas al filo de las nueve de la mañana, a bordo de una troca.
Expedición a San José del Cabo, otros puntos y La Paz
Caminando sobre carretera de tierra, con un sinnúmero de golpes, de subidas, de bajadas, de baches, de saltos, de inclinaciones y, en fin, de mil movimientos, llegamos, al filo de las doce a San José del Cabo.
Recibimiento lleno de curiosidad, de admiración para nuestros queridos comodoros que ostentaban imponentes y vistosos uniformes que hacían honor a la calidad de nuestro barco. ¡Más de un corazón femenino quedo flechado por las gallardas y apuestas figuras de nuestros comodoros!
El entusiasmo llevo a nuestro chamaco al grado de confundir los saludos militares con las bendiciones episcopales, pues al pasar sobre nuestro raudo automóvil por calles adornadas de ventanas tras de las cuales se veían acerantes y arrimelados ojos, rojas boquitas, etc., nuestro muchacho, García González, quería corresponder a las sonrisas y miradas de bienvenida, con gestos a la altura de las circunstancias; pero esos gestos a la altura de las circunstancias, pero esos gestos se convertían en ademanes que, repito, mas parecían bendiciones episcopales que saludos militares, u otros saludos.
Dominios de mi General Olachea
Durante los días anteriores tuvimos la oportunidad de que Agustín Olachea nos narrara pasajes de esa época de su vida que empleo gobernando el Territorio Sur de la Baja California.
Por su propia boca supimos de hechos y circunstancias que lo vincularon tanto y tanto con esta parte extrema de la península; pero nunca creímos que su vinculación fuera tan estrecha como lo demostraron las continuas pruebas que por todas las partes que recorrimos de este Territorio Sur, se nos presentaron.
¿Cómo sabían esas buenas gentes que venia su antiguo gobernante? ¿Quién lo sabe? Por todas partes se le esperaba con cariño, con su entusiasmo, quizás en algunos casos con iteres; pero por todas partes se nos preguntaba si con nosotros ya los Generales Rodríguez y Olachea.
Al llegar a San José del Cabo nos detuvimos para la colación del medio día, en el Hotel Central.
Allí, mientras nos calentaban las enchiladas y nos traían la helada cerveza que pedimos, se nos comunico que ya se esperaba al General Olachea, y que los mejores músicos de la localidad, reunidos en orquesta, habían estado haciendo escoleta de su repertorio y recordando las piezas que mas gustaban a su ex-gobernador, para agradarle el oído con sus notas, a su llegada.
Allí también Esteban, el querido amigo de Agustín, esperaba con ansias su llegada, para arreglar pasados negocios no liquidados. Luego que supo que no iba con nosotros, sino que se había quedado en San Lucas, le puso la mas sentida misiva, reclamándole su visita.
Y por fin salimos de San José para La Paz.
Pasamos Santiago, San Bartola, y otros lugares y por fin, como a eso de las ocho o nueve de la noche, hora de nuestros relojes, llegamos a la Capital de Territorio Sur de la Baja California, una de las pocas ciudades de nuestro país que verdaderamente hacen honor a su nombre ¡LA PAZ!
Ciudad de los mil papalotes, que en la penumbra de las noches se nos antojan torres de los campos petroleros de nuestra costa del Golfo de México.
Dando tumbos en los adoquines del pavimento, llegamos a un hotel ….. ¡No había cuartos! Pasamos a otro hotel ….. ¡No había cuartos! Nos mandan a la casa de la señorita Jenkins (setenta años de virginidad) ….. ¡Tampoco había cuartos!
Movimos influencias, invocamos el nombre de Agustín Olachea y ¡Sésamo ábrete! En uno de los hoteles se nos ofreció alojamiento, aunque sin cuartos. Pero ¿Quién quería cuarto cerrado con una noche tan calurosa y para lo que íbamos a dormir? En el corredor se nos arreglo camas de esas de tijerita.
En La Paz, el que esto escribe tenia negocio, por lo que, haciendo un paréntesis del tiempo que empleo en ellos, lleguemos, tu curioso lector y yo, después de ese brinco, a la reunión de todos los expedicionarios que se hizo en una casa en donde fuimos en busca de cahuamas.
Lector: tú vas en calidad de turista, o simplemente en calidad de viajero a regiones desconocidas ¿Qué es lo que mas te interesa? Naturalmente, la especialidad regional ¿No es así? Después de nombradas comisiones para conseguir las cahuamas que todos deseábamos, solo dos se obtuvieron, mismas que, para evitar conflictos, se rifaron, tocándoles en suerte a Fernandito Rodríguez y a nuestro escuincle, García González. Y por breve tiempo los perdimos de vista. Fuimos los restantes a recogernos, y ya nos disponíamos a entregarnos en brazos de Morfeo, cuando se nos aparecen los angelitos: me refiero a Fernando y al escuincle.
Tribulaciones de Antonio Murua
Esos que se fían de las apariencias están sujetos a decepciones.
Nosotros, en nuestra expedición teníamos un compañero suavecito como el terciopelo, pero de gustos exóticos. Es aquel que no deseando bañarse sino en agua dulce y nos dio la sorpresa de irse al mar sin previo aviso ni consulta alguna …. de dulce andar …..de movimientos cadenciosos ….. de palabra queda. Este es Fernandito, el que inspiro al chamaco el mote de “el pichelito”. Por “el pichelito” seguimos conociendo a Fernando Rodríguez.
El no hacia nada, pero le atoraba a todo, A su regreso de su nocturna excursión hizo sus abluciones de la noche, que completo con el uso de antisépticos. ¡Pobre Murua! Quien le había de decir que tenia el enemigo en casa, allí juntito a el, a la otra cama ….. “El pichelito”, el suavecito “pichelito” descargo una palangana de aguas sucias, quizás infectas, por sobre el cuerpo de Murua, con destino a una ventana que quedaba al otro lado. Una gota de este quizás pérfido líquido fue a infectar el único ojo bueno de Murua. ¡Suerte de perro amarillo! Y lo que es peor, recibirlo de manos de un amigo, de su amigo suavecito.
A la mañana siguiente, después del diario baño, por esta vez con agua dulce y en tierra firme, desayunamos opíparamente y dándome tiempo los compañeros para terminar los asuntos que me llevaron a La Paz, estuvimos dispuestos para emprender la retirada a eso de las once de la mañana, y a bordo de nuestra misma troca, tomamos la carretera de La Paz a Todos Santos, y caminamos.
Se hicieron algunos altos para refrescar el estomago, o por lo menos para tonificarlo, con el cogñac que llevábamos en el carro del amigo Castro, y la cerveza helada que en nuestra troca custodiaban el viejito millonario y el chamaco de la expedición.
El viejito millonario
Fue el chamaco quien le puso este mote a nuestro querido Chapito Barbachano, y únicamente por el vil interés de explotar la arrogante personalidad de nuestro Chapito.
Las gorras galoneadas y el porte marcial de estos comodoros tenia que justificarse ante la opinión femenina de La Paz, y fue así como salio a la imaginación de nuestro escuincle el presentar a Barbachano como un viejito millonario que andaba a bordo de su propio yate y nosotros, los otros comodoros, en papel de amigotes del millonario, de favoritos de el, o quizás de lambiscones. Quiso así, el chamaco despertar interés de las bellas lapaceñas.
Queda con esto satisfecha la curiosidad del lector, por conocer el origen de nuestro viejito millonario.
Nuestro arribo a Todos Santos
Citados por nuestro Abelardo para el medio día, con el fin de comer a bordo del “Chito”, llegamos a la playa justamente a la hora de la cita, pero en esos momentos, la otra parte de la expedición que había quedado en el barco y que ya nos esperaba en Todos Santos, se había arrancado a bordo de automóviles y en compañía de buenos amigos del lugar, rumbo al rancho de mi compadre el general Domínguez. El terrible Dominguitos.
Al encontrarnos con el otro cuerpo de la expedición, nos dimos la media vuelta y avanzamos en la misma dirección, llegando así al rancho de nuestro compadre. Allí ardía Troya. ¡Que atenciones Dios mío! Cogñac, cogñac y más cogñac. Sendas tandas de unas copas de a decilitro, con intervalos de un minuto cada tanda, y estas duraron desde las dos hasta las cuatro y media de la tarde. ¡Que resistencia de criaturas!
A esta hora comimos exquisitos y substanciosos platillos de la región: Carne asada, lechoncito al horno, frijoles refritos, queso; todo esto rociado con cerveza y vino de uva de la Baja California.
Nos levantamos de la mesa y fuimos a descansar al corredor, pero esto por brevísimos momentos. Nuestro radio-telefonista “Calling C. Q.”, no acostumbrado a tan fuerte y tupida libación, remontose a las desconocidas regiones de la inconciencia, vulgo papalina, y mal aconsejado por esta, quiso hacer cabriolas sobre una hamaca, y dio con sus huesos en el suelo, haciéndose en el hombro derecho un morete que mas parecía mordida de mula. Y todavía tuvo la peregrina idea de pedir que con la intervención de las Autoridades del Trabajo se levantara una acta para justificar que ese morete tenia el origen que tuvo, y no un chupete de aluna bella de La Paz, y de esa manera arrojar las probabilidades de conexión con el rodillo de amasar pan que su cara mitad conserva en el domicilio conyugal.
Dejamos el rancho de mi compadre Juan con la tristeza de quien abandona algo bonito, algo muy agradable, y junto con el y otros grandes y buenos amigos que encontramos, emprendimos ka marcha para el Puerto de Todos Santos.
En Todos Santos
¡Que espectáculo tan edificante! Chica la población (dos mil habitantes) pero ¡que aseada, que cuidada, que interesante para el que va a conocerla! La misma impresión al atravesar San José del Cabo y La Paz: limpieza y cuidado.
Allí en la casa de un amigo de mis Generales, nos recibieron con cerveza y música, y ya se organizaba el baile cuando oímos la voz de marcha, y no hubo mas remedio que abandonar los calidos brazos de las bellas con quienes bailábamos, para incorporarse a nuestra jefatura.
Lagrimas de despedida, promesas de regreso, y con la desesperación pintada en los semblantes, tomamos el pango del “Chito” ….. pantalones arremangados …. descalzos ….. con los salvavidas listos atravesamos el espacio que quedaba entre la costa y el barco y todos llegamos felizmente a este.
Los enfermos de a bordo
Solo dos nos enfermamos a bordo: el viejito millonario y el que esto escribe. El primero contrajo una gripa fenomenal que se curo en solo dos días, ingiriendo pequeñas dosis de whiskey en las que dio termino, en esos dos días, a 18 y ½ botellas. Pero si con ese whiskey mato los microbios internos, no así los que habían salido de su cuerpo que, esparciéndose por las almohadas, llevaron el germen al suscrito.
Un procedimiento semejante al empleado por el Chapito Barbachano, y fuera gripa. Dos días y medio de reclusión y de cuidados por parte de los compañeros comodoros, y aquí me tienen, contando nuestras andanzas.
El regreso
Siendo entrada la noche del día 8 de agosto, emprendimos el viaje de regreso, zarpando de Todos Santos rumbo a Ensenada.
Nuestro viaje a bordo fue más o menos igual que el viaje de ida. Se peso para surtir nuestra despensa, debiendo citarse el haber atrapado varios peces dorados que en mi concepto es la especie más atractiva y hermosa del deporte de la pesca en esta agua. Hermoso animal, de unos 60 a 80 ctms. De longitud por 20 o 25 de grueso. Lomo amarillo oro subido, con puntos azules, de un azul fuerte como el plunbago. Barriga color oro viejo, casi verde, y carne ….. que carne más sabrosa. La mejor de los habitantes del océano.
Nuestro cocinero
No podría continuar en esta narración sin fijarle un capitulo a uno de los personajes mas importantes de la dotación del barco. El maistro cocinero (¡Que hubole con la hilacha!) ¡Que sazón más exquisita! ¡Que atenciones y que paciencia nos tenia! Antojitos a cada rato, repetición de alimentos de acuerdo con nuestra voracidad. Yo creo que ni San Pedro disfruta de un cocinero de las cualidades y fibra del nuestro.
Siguen los hurtos a bordo y se descubre el ladrón
La audacia de los amigos de lo ajeno llego a su colmo al desparecer nada menos que el reloj pulsera de nuestro Abelardo. Sorpresa ….. zozobra ….. temores ….. miedo ….. caras compungidas ….. miradas de soslayo …..
Nuestro almirante esta decidido. Fuera contemplaciones. Que toda la justicia de la ley del barco recaiga sobre el culpable.
Se ordenan investigaciones. Se pasa el cateo. Se dispone escudriñar las maletas. Vienen las órdenes. Los marineros suben a cubierta los equipajes de la dotación del barco, inclusive los del Capitán y de ellos mismos. Se procede a la inspección. Primero se revisan las maletas de los marineros y del cocinero; después las de los comodoros: las de Barbachano ….. las de Murua Martínez ….. las de Fernandito ….. las de Agustín Olachea ….. las de Basurto ….. las del chamaco García González ….. Y nomás, porque allí fue donde se encontró el reloj, y nada menos que en uno de los zapatos de repuesto que en la petaca traía el inocentito. ¡Culpabilidad manifiesta! ¡Pruebas irrefutables! El instrumento del delito en poder del inculpado. ¡Que horror!.
Cumpliendo con las rígidas leyes de a bordo, se le encadena, se le amarra, se le forma Consejo sumarisimo, y se abren los debates.
Preside el Jurado el Lic. Murua Martínez, representante de la sociedad, como Agente del Ministerio Publico, el comodoro Basurto. El acusado nombra defensor al comodoro y General Agustín Olachea. Esta presente el acusador, General Rodríguez. Los testigos están ya listos. El público se impacienta, y abre la sesión el Presidente.
Pide la palabra el acusador, y pregunta al Presidente si puede desistirse de la acusación.
Protesta airado el Agente del Ministerio Publico, diciendo que el delito que allí se conoce se persigue de oficio. El Presidente da la razón al Fiscal, y sigue el proceso.
El repetido Fiscal pone de manifiesto las circunstancias que intervinieron en la comisión del delito, en las argucias y coartadas del procesado para cubrir su asquerosa acción.
El fondo inmoral y por todo punto execrable y punible del acto cometido por el chamaco García González, quien no obstante estar de gorra en la embarcación “El Chito”, que es propiedad del General Rodríguez, nada menos que el dueño del reloj perdido; no obstante, digo, que come, que bebe, duerme y se divierte sin costarle un solo centavo por los largos días del viaje, no conforme con esto, abusando de la hospitalidad que nuestro jefe le ha brindado, abusando de la confianza que a tonos nos tiene, ha violado el camarote de nuestro Abelardo y con una asquerosa mano ha tomado el valioso objeto, quizá de valor inestimable por no ser intrínseco, dentro de la punta de un zapato. Todo el público se horroriza, todos tienen miradas de reconvención, fulminantes, para el acusado. Se cree que al deliberar los miembros del Jurado, por unanimidad condenaran al inculpado.
Termina el Ministerio Publico su pieza oratoria con la cual externa sus conclusiones. Con la venia del Presidente llama a declarar a los testigos. Todos ellos han sido presénciales del delito. Y termina el Fiscal pidiendo para el reo un castigo ejemplar y todo el rigor de la ley.
Pide la palabra el defensor, pero sus argumentos son débiles, carecen de importancia ante la evidencia de los hechos. El reo esta perdido, ni siquiera perdón habrá para el. Terminan las declaraciones y pasa el jurado a deliberar. Momentos de expectación, de angustia para el reo, de santo enojo y coraje para sus compañeros, los otros comodoros. Terminan las deliberaciones y el Jurado declara culpable al reo.
El Presidente, en vista de las conclusiones del Jurado, manifiesta que corresponde al reo la pena de muerte, pero que, atendiendo a la imposibilidad que se tiene en el barco para ejecutar esa sentencia, se le conmuta, en uso de las facultades que el Capitán de la embarcación le ha transferido, por la pena de tener que servir a los comodoros expedicionarios ahí presentes, de inmediato y sin excusa alguna, el otro high-ball.
Con lo cual quedo cerrado el más sensacional proceso de los tiempos, que tuvo las características de una perfecta ingratitud con un exceso de bondad.
NOTA: El reloj volvió a manos de su legítimo dueño. Nuestro Abelardo.
Y seguimos caminando en nuestro viaje de regreso.
Los calzoncitos de Fernando
Poco a poco la timidez de algunos los fue abandonando y siguieron en su ejemplo a los que desde un principio optamos por bañarnos en cubierta, al dulce beso del chorro de agua de la manguera de servicio.
Por las mañanas, el rítmico ruido del agua al chocar con las maderas de la obra muerta y la cubierta del barco, nos despertaba. Rápidos saltábamos de la cama y con el traje de nuestro padre Adán, en bolita acudíamos a la plataforma de popa para recibir en nuestros tostados cuerpos la dulce caricia del agua de mar, dirigida a nosotros por cualquiera de los compañeros que se hacia cargo de la manguera.
Parábolas de caprichosas figuras describía el chorro en nuestros cuerpos, al gusto y mala intención de quien enarbolaba el tubo de hule. Quien lo recibía en la cabeza, quien en las partes mas nobles; este gritaba, el otro protestaba; pero todos contentos, todos felices, todos confiados ….. menos Fernandito. Tal parecía que no se fiaba de alguno de nosotros, o quizá de todos nosotros, y por esto prefirió modificar su indumentaria, subiendo a cubierta provisto de unos calzoncitos tan lindos ….. Figúrate lector: azules, de un azul de novia, muy floreaditos, con margaritas y siempre-vivas. Una preciosidad.
Nuestros ojos, al topar nuestra mirada con esos calzoncitos, se volvían todo codicia, pero codicia de la grande – no seas pícaro, lector. Y en todas nuestras imaginaciones dio cabida la codicia y todos resolvimos apoderarnos de esos calzoncitos.
El Chamaco, comprendiendo a fondo nuestras intenciones, y sabiendo que era imposible conseguir tantos calzoncitos de esos, cuantos ambiciosos había, decidió su rifa, y así todos tomamos un número, esperanzados en ser agraciados con la suerte, y llegar a ser dueños de esos calzoncitos azules ….. con margaritas ….. con siempre-vivas.
Desgraciadamente, la presunta victima se olfateo el peligro, y desde entonces no se volvió a apear de su cuerpo los calzoncitos. ¡Adiós ilusiones! ¡Adiós ambiciones! ¡Todo se frustro! Menos mal que el chamaco nos devolvió las entradas, quedando así las cosas statu quo.
Y seguimos caminando ….. y seguimos comiendo ….. y seguimos durmiendo ….. y con esto, todos los días aumentando de peso. ¡Brisas del mar, aires del mar, elementos del mar que ayudáis con nuestra perfidia a acentuar lo natural, lo inevitable: la mujer!
¿Cuantos estarían pensando en la casta y honesta esposa?; ¿Cuántos, quizás los mas, en la amiga del alma?; pero si aseguro que nadie había pensado en ellas tanto como ahora, con este ostracismo a merced de las cosas marinas.
En esta vez si entramos a Bahía Magdalena; ahí fondeamos y pasamos la noche. También allí, como en Bahía Tortugas, vimos ruinas, y lo que fue peor, vimos que este interesante lugar de importancia internacional esta solo, desamparado, pues hasta la naturaleza misma ha querido hacer de el un varadero de camarón. Allí, miles de millones de estas animalitos han ido a morir envenenando las aguas que bañan la Bahía. Un hedor insoportable donde hace salir mar afuera para pasar la noche retirándonos del sitio de la corrupción.
También los pobres moradores de ese lugarejo exponen a nuestro jefe sus miserias, sus cuitas.
A la mañana siguiente, reanudamos la marcha, y así, el regreso lo hicimos fondeando por las noches en lugares de abrigo, para caminar de día: Isla y Empacadora de Cedros nuevamente ….. San Quintín ….. otras bahías …..
Retorno a Ensenada
Y así llegamos a Ensenada, fondeando a las cuatro de la tarde del día 15 de este mes de agosto de 1939.
En este puerto ya éramos esperados, por lo que con alegría se nos dio la bienvenida en cambio nosotros con verdadera tristeza abandonamos nuestro querido barco “El Chito” que nos proporciono casi un mes y medio de constante distracción, de una sana alegría, y sobre todo, de un compañerismo inigualable.
Nuestro cariño y nuestro agradecimiento para nuestro Abelardo, que supo reunir a un grupo de amigos, de verdaderos amigos, para participarles de esa bondad, de esa camaradería cuyos secretos solo el tiene. Y con un abrazo nos dijimos ¡Hasta luego!
Y así termino, querido lector, la expedición de nueve comodoros y un Almirante, que yo quisiera escribir con letras de oro en el corazón de todos y cada uno de los que formábamos esa expedición.
Nogales, Sonora a 28 de Agosto de 1939.
M. Basurto
Capitán General Abelardo L. Rodríguez
Piloto Víctor Angulo
Timonel Olachea Agustín Aviles
Timonel Basurto M.
Timonel Vicente Ferreira
Cocina
Ayudante Luís Grandi
Mesero Fernando Rodríguez
Mesero Manuel Barbachano (Chapito)
Cantina
Servicio, Fichas, Barajas, etc. Lic. García González
Departamento de Pesca Lic. Antonio Murua Martinez
Contaduria General Basurto M
Victor Ângulo Em 1943 sócio fundador de la Campânia Urbanizaciones e Inversiones S.A. de C.V. Fundada por el Gral. Rodriguez)
General Agustín Olachea Aviles, revolucionario. Secretario de la Defensa Nacional y Gobernador del Territorio de Baja California Sur dos veces.
1914: Noviembre. Los hermanos Barbachano (Manuel Pascasio y Rubén Simón) fundan la Compañía Eléctrica Fronteriza.
1921: Se concesiona el servicio Eléctrico en Tijuana a Manuel Barbachano.
Constructor de la carretera Tijuana=Ensenada
En el año de 1929 nació en ese lugar, el Hotel Rosarito Beach de Don Manuel Barbachano, empezó con 8 cuartos, el edificio principal, oficina, casino, bar.
Antonio Murua Martinez Secretario de Gobierno del Distrito Norte de Baja California
Luis Grandi, propietario del centro nocturno Molino Rojo en Tijuana B.C. circa 1923 posible propietario del Green Mill en Ensenada
ALFONSO GARCÍA GONZÁLEZ
1947-1953

Nació en Toluca, México, el 19 de marzo de 1909; murió en la ciudad de México en 1961. Licenciado en derecho (1931) por la UNAM, ejerció su profesión en los sectores público y privado. En Tijuana fue defensor de oficio. Designado gobernador del Territorio Norte de Baja California, tomó posesión el 22 de octubre de 1947. Al constituirse el Estado de Baja California, continuó en el cargo, con el título de gobernador provisional, del 26 de noviembre de 1952 al 30 de noviembre de 1953. Fue después embajador en Colombia, presidente de la Confederación Deportiva Mexicana (1958) y jefe del Departamento de Turismo (1959-1961). En su juventud, García González practicó el boxeo de aficionados y representó a México en los Juegos de la IX Olimpiada (Amsterdam, 1928).







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