
Antes de comenzar, hay algo que debe decirse con claridad. Esta historia vive en la memoria colectiva. Yo la escuche por primera vez allá por los anos de la década de 1950s. Ha circulado por años, a veces apenas como un susurro, otras con un ímpetu renovado. Pero lo cierto es que es solo eso: una leyenda. No hay documentos que confirmen la existencia de Juan Álvarez ni de su naufragio en Ensenada. Lo que sí existe es el eco de voces que, generación tras generación, han querido darle forma a lo inexplicable. Y como toda leyenda que se hereda, merece respeto… pero también una mirada crítica.
¿Has oído hablar del Cabo Punta Banda, allá por Ensenada? No es solo un rincón de mar y piedra. Es un lugar que guarda una historia que, aunque envuelta en misterio, ha sido contada por generaciones con una mezcla de temor y fascinación.
Dicen que hace muchos años, cuando los mares eran menos vigilados y los hombres más temidos que las tormentas, vivía un pirata llamado Juan Álvarez. No era cualquier bandido del mar. Era cruel, astuto, y tenía fama de aparecer cuando menos lo esperabas, justo cuando los marineros bajaban la guardia. Ensenada lo conocía por sus ataques, por su hambre de oro, y por su desprecio por la vida.
Una noche —de esas que el viento no avisa y el cielo se rompe en agua y trueno— su barco naufragó cerca del Cabo Punta Banda. Algunos dicen que fue castigo divino. Otros, que el mar simplemente decidió que ya era hora. Lo cierto es que desde entonces, ese cabo no volvió a ser el mismo.
Los viejos del lugar lo llaman el Cabo de los Siete Males. Y no es por exagerar. Hay quienes han visto luces que no tienen fuente, sombras que se mueven sin cuerpo, y un silencio que pesa más que el viento. Dicen que el espíritu del Capitán Álvarez quedó atrapado allí, como si el mar no lo quisiera ni muerto.
Y cuidado con burlarse o retar al cabo. Porque los siete males no son cuento: enfermedades que llegan sin aviso, mala suerte que no se explica, noches sin sueño, pesadillas que no se van, accidentes que nadie entiende, pérdida del rumbo… y la locura. Sí, la locura. Como si el cabo te hablara en voz baja y te hiciera olvidar quién eres.
Así que si alguna noche decides acercarte al Cabo Punta Banda, hazlo con respeto. No por miedo, sino por tradición. Porque en esta tierra, las leyendas no se inventan: se heredan. Y viven, como esta, en la memoria colectiva.






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