Por: @rafabartrina

Nunca he publicado alguna de mis experiencias como agente federal. Entre 1962 y 1968, participé dentro del gobierno federal mexicano. Tenía 19 años, sin malicia ni intereses corruptos, sin necesidad de violar la ley para mi propio beneficio.
Fui nombrado Jefe de Inspectores de la Dirección General de Pesca, una dependencia adscrita a la entonces Secretaría de Industria y Comercio del Gobierno Federal de México. Nuestra función era vigilar el cumplimiento de las normas pesqueras, proteger los recursos marítimos y garantizar que las concesiones otorgadas por el Estado fueran respetadas. No éramos fuerza armada ni autoridad judicial, pero actuábamos como inspectores federales con facultades administrativas y de decomiso en flagrancia.
El operativo en El Socorro
Recibimos un reporte sobre un campamento de pescadores furtivos en la zona concesionada a una cooperativa en El Socorro, al sur de San Quintín. Salimos en dos vehículos. Alfonso de Anda López conducía uno, con dos inspectores. En el otro, Nicolás Medina Fuentes y yo.
Era octubre. Aún de noche, con aire húmedo y frío, nos acercamos al sitio. Sin palabras, por señas, nos desplegamos en abanico. Disparé al cielo para frenar la huida. Alfonso gritó “¡Todos al suelo!”. Eran siete pescadores, desconcertados. Encontramos:
• 200 trampas para langosta, nuevas
• 2 pangas sin nombre, recién fabricadas
• 2 motores nuevos
• 4 tibores de gasolina
• Cajas de aceite, garrafones de agua y víveres
Ordené destruir las trampas, inutilizar las pangas y requisar los motores. La gasolina se usó para quemar las trampas en una fogata que duró más de seis horas. No había evidencia suficiente para arrestarlos, por lo que se les permitió retirarse.
La demanda contra mi
Semanas después, fui acusado por privación ilegal de la libertad, destrucción de propiedad ajena y abuso de autoridad. La Dirección General de Pesca no contaba con respaldo jurídico directo, y yo tampoco. El líder de los pescadores me señalaba como agresor de “humildes, honestos pescadores ribereños”.
unas semanas después
En un retén nocturno frente al Rancho Los Dolores, un vehículo ignoró las señales de alto. Según lo acordado, dos inspectores continuarían la revisión mientras yo, acompañado por otro, inicié la persecución.
En la entrada al Ejido Uruapan, una nube de polvo me obligó a frenar y girar 180 grados. Al iluminar con los faros, vi el vehículo accidentado: había volcado completamente, con las ruedas de tracción hacia arriba, descansando sobre su techo. En el silencio de la noche, se escuchaba el aire mezclado con vapor que se escapaba del radiador, como un suspiro mecánico que marcaba el final de la huida.
Me acerqué con pistola en mano. El chofer, prensado bajo el auto, lloraba, suplicaba, ofrecía la carga, ofrecía dinero.
La carga era langosta.
En ese tiempo, poseerla fuera de veda no era delito federal castigado con pena corporal.
Pero sí lo era tener ejemplares por debajo del tamaño legal.
En completa oscuridad, encontramos una sola langosta baby.
Suficiente para vincular penalmente a los tripulantes.
El individuo que estaba prensado se quejaba, más por frustración de su fracasada huida que por lesiones
El chofer prensado bajo el vehículo era el mismo líder de los pescadores del Socorro. El mismo que me acusaba. El mismo que se presentaba como víctima.
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Epílogo: justicia en la noche fría
Así, en una noche fría de invierno bajacaliforniano, no solo aplicamos la ley: cumplimos con nuestro compromiso con el gobierno y con el pueblo. El chofer fue entregado para su consignación, y la demanda en mi contra fue desestimada.
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Reflexión final
La langosta baby se salvó. El chofer también, en buena salud, aunque en la cárcel. Los otros acompañantes, escapados, libres y contentos, según platicaron por mucho tiempo. No hubo rencores, ni amenazas, ni venganzas.
Me conocían bien.
Ellos, vecinos, yo no conocia, aún La Grulla, ahora mi lugar de historia más, favorito.
La honestidad no da dinero para lujos,
pero sí da tranquilidad en el vivir
y satisfacción de hacer lo que uno tiene que hacer
para cumplir con su deber.






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