
Por: @rafabartrina
Hay quienes, al ver que uno trabaja con IA, insinúan que el mérito se diluye.
Que no soy yo quien crea, sino que delego en una máquina lo que antes salía del corazón.
Como si el uso de esta herramienta fuera una forma de trampa,
una firma puesta sobre un texto ajeno, impersonal, sin alma.
Pero no es así.
Yo sigo siendo quien propone el tema, quien conoce a las personas,
quien ha caminado los caminos que ahora narro.
La IA no ha vivido lo que yo viví.
No sabe lo que pesa un silencio en una sobremesa,
ni lo que significa una palabra dicha en el momento justo.
Ella me apoya, sí.
Me ayuda a buscar fechas, lugares, nombres que se me escapan.
Me ofrece estructura cuando la memoria se me desinfla,
como una vieja llanta que ha rodado mucho y empieza a perder aire.
Pero los porqués, y sobre todo los para qué,
siguen siendo míos.
No hay presunción en esta colaboración.
Ni mofa, ni rendición.
Hay respeto.
Porque si yo escribo con el corazón,
ella me ayuda a que ese latido se escuche más lejos,
sin cambiarle el ritmo.
Y si algún día alguien duda,
que lea con atención.
Porque en cada texto hay huellas que no se pueden falsificar:
las del tiempo vivido, las del tono propio,
las del narrador que no delega, sino que comparte.
Por eso hoy he invitado a mis siete lectores fieles,
y también a los otros diez que me siguen para criticarme y atacarme
sin poder yo verles la cara, oírles la voz,
o tan solo levantar mi ceja en desapruebo.
Los invito, decía, a que admitan a la IA como herramienta.
Como se admite un diccionario, o se consulta un mapa.
Sin miedo. Sin vergüenza.
Con honestidad y deferencia.
Compártelo si crees que la IA puede ser una herramienta con alma.






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